La diabetes siempre ha formado parte de mi vida, aunque no me haya sido diagnosticada. Mi abuelo tuvo diabetes, tipo 2. Yo sólo sabía que era una enfermedad y que por eso mi yayo comía distinto y se pinchaba algo en la tripita. Él tuvo la suerte de que mi yaya se lo gestionaba todo. Ella, aunque entonces no lo sabíamos, era DT3.
Más adelante, le llegó el diagnóstico a mi padre. Y a mi tío. Al contrario que mi abuelo, mi padre no tenía a quien cuidara de él. La diabetes le cayó muy mal. Se negaba a ella. La endocrino le dio metformina y un semáforo genérico con lo que podía comer, lo pegó en la nevera, y esa fue toda su gestión de la diabetes. Yo sabía que eso no estaba bien, pero, ¿qué podía hacer yo? Pues aprender. Creé el blog, empecé a formarme en nutrición clínica y diabetes, y a investigar. Por mi papi, lo que fuera. Y el resultado fue obvio: su diabetes empezó a recaer en mí. Pasé a ser DT3.
Convertí mi cocina en un laboratorio, y poco a poco fui aprendiendo a aunar repostería, nutrición y diabetes (de ahí mi último libro, «Dulces Diabéticos»). Quién me iba a decir que, después de la ingeniería y el marketing, me iba a doctorar en comunicación en diabetes. Y ahora lo comparto con otras muchas personas con DT3, para ayudarnos entre todos. Porque gestionar tu enfermedad no es fácil, pero gestionar la de tus hijos, tu pareja, tu padre, o tu abuelo, tampoco. Nos necesitan, como nosotros a ellos.
Texto de Noelia Herrero, autora del blog Dulces Diabéticos.